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sábado, 22 de octubre de 2011

En las primeras líneas de su tesis, la licenciada en Psicopedagogía Miriam Bergalli, egresada de la Facultad de Investigación y Desarrollo Educativo de la Universidad Abierta Interamericana de Buenos Aires, define el concepto de malestar docente: “Cuando ese malestar no se puede resolver, se produce la formación de síntomas. Ansiedad, irritabilidad, insomnio, contracturas, serán todos emergentes de una insatisfacción que, en la medida que se torne peligrosa por el crecimiento de la tensión en el contexto de una situación que la vuelve impotente, devendrá en angustia”.  
Esta tesis –dirigida por el destacado neurobiólogo Osvaldo Panza Doliani con la colaboración del doctor Guillermo Fernández D´Adam, titular de la cátedra de Prevención Comunitaria de la Universidad del Salvador– mereció la más alta calificación, demandó dos años de trabajo y es, a la vez de inédita, una voz de alarma para el ambiente educativo argentino, particularmente para sus autoridades y para quienes toman decisiones.
Se trata, ni más ni menos, de entender por qué hoy la docencia debe ser asumida como una profesión de riesgo, de identificar las patologías más severas y la incidencia que éstas tienen sobre la escuela y los alumnos, y de señalar los caminos posibles para que los maestros recuperen lo que nunca debieron haber perdido: el ejercicio de sus tareas en un ambiente adecuado y su buena salud.
–Es de riesgo –aclara Bergalli–, porque el sistema y el comportamiento de los padres y de los alumnos influyen sobre la salud del docente; la escuela va transformándose en un ámbito insalubre, y sus enfermedades no están contempladas en la legislación como enfermedades laborales; el esfuerzo extra no tiene reconocimiento salarial; porque están desjerarquizados.
La tesis enuncia, a modo de orientación sobre la gravedad del problema, patologías registradas en los docentes que requirieron asistencia profesional.
Las derivadas del sistema nervioso central se traducen en dispersión de la atención; en dificultades para la construcción de nuevas memorias; dudas e inseguridad vocacional y frustración profesional; mareos; angustia; llanto fácil; tristeza súbita; intolerancia; irritabilidad; agresividad; indiferencia; abandono del aspecto personal; reducción de las potencialidades creativas; agravamiento de los síndromes premenstruales; alteración de la libido y del sueño.

La comprobación del aumento del consumo de psicofármacos, antidepresivos e inductores del sueño es uno de los resultados que más preocupa a la autora de la tesis y a su director.
En cuanto al sistema inmunitario, se reducen las defensas. Se registran, además, cefaleas, lumbalgias, contracturas musculares, amenorreas, pérdida espontánea de embarazos y partos prematuros, disfonías, nódulos en cuerdas vocales, alergias, gastritis, hipertensión, várices, caída de cabello y envejecimiento prematuro.
–Estas patologías –resume la autora– nunca se presentan aisladas, sino combinadas e interdependientes. Tienden a hacerse crónicas porque no se eliminan o se minimizan las causas.

En el origen, fue el stress
El agotamiento producido por excesivas horas de trabajo y, a veces, por traslados a distintos establecimientos educativos hace que se instale en los docentes una pérdida de hábitos higiénicos y dietéticos normales. A esto se suma la incertidumbre por el futuro. Ambos casos, redundan en un incremento del stress.
–Dentro de los factores estresantes –apunta Bergalli– nos encontramos con la necesidad de actualización permanente, la paradójica situación de tener que cumplir muchas veces la tarea frente a la resistencia o rechazo de aquel a la que va dirigida, la desintegración del grupo familiar y las tendencias actuales a promover una igualdad absurda entre docentes y alumnos: ninguno es más importante que otro, cualquiera puede exponer sus ideas sobre cualquier tema aunque carezcan de todo sentido. Todo esto lleva a una pérdida de la autoridad del docente.
El malestar de maestras y profesores, al decir de la autora de la tesis, se manifiesta de diversas maneras.
*Cambios en la valoración de la función docente:
Es el resultado del vaciamiento de sentido que produce la actual organización del trabajo docente.

*Ausencia de una dinámica del reconocimiento:
La burocratización del trabajo en el ámbito escolar anuló la función docente y, en consecuencia, el reconocimiento y la autovaloración vinculados con ésta. La capacidad pedagógica, el deseo por el conocimiento y la transmisión quedan relegados por el llenado de planillas, cuidado de la disciplina, la preocupación por la responsabilidad civil y la asistencia a cursos sólo por puntaje. El docente se encuentra en la trampa de pretender ser reconocido en aspectos vinculados específicamente con la enseñanza, que, por otra parte, el sistema y las autoridades educativas no reconocen.
*Las relaciones vinculares:
Una encuesta realizada en una población de 36 maestros reveló que el aula y la función de enseñanza permanecen como fuente de satisfacción. En relación con su función específica y su contexto, el docente no experimenta el mismo malestar que en el ámbito no áulico. Un número considerable de docentes daba cuenta del impacto provocado en el espacio familiar por el deterioro de las condiciones de trabajo y de vida. Muchos de ellos utilizan estrategias de afrontamiento para bajar la tensión propia de la carga psíquica derivada de la situación laboral. Tales prácticas funcionan como descarga de elementos negativos que tensionan al docente y con los cuales podría contagiar a su entorno.
*La tecnología avanza sobre el aula:
La formación es otro de los aspectos en que los docentes manifiestan insatisfacción. Es importante en el proceso de reorientación profesional que descubran o redescubran habilidades, destrezas, capacidades que puedan conjugarse con la actual realidad de la escuela.
Fatiga residual y condiciones de trabajo
Un trabajo de la psicóloga laboral Deolidia Martínez incorporado a la tesis de Miriam Bergalli, indica que la actividad docente genera alteraciones orgánicas que no aparecen inmediatamente y, en consecuencia, el maestro no evalúa correctamente la continuidad de su cansancio diario. Esto, que es denominado fatiga residual, tiene como primer síntoma la falta de descanso en el sueño ligado a la dificultad que encuentra el maestro en hacer tareas recreativas. El trabajador docente va envolviéndose, entonces, en una rutina que afecta su vida familiar, sexual y social.

–La redundancia de esta cotidianidad –explica Bergalli– genera una rutina que afecta evolutivamente la conformación y el desarrollo neurobiológico integral, con consecuencias progresivas para la vida del docente sumiéndolo paulatinamente en la cultura de la indiferencia. Cuando la fatiga acumulada o residual sobrepasa el límite de tolerancia física, según el diagnóstico de la psicóloga Martínez, el riesgo de accidente es muy alto. Se producen lagunas mentales, golpes, caídas, fracturas, lesiones cerebrales o cardíacas. Pero, así y todo, lo más común es que el docente no adjudique su enfermedad al trabajo que desempeña. Otro problema que aparece como síntoma de fatiga residual es la inercia: el individuo deja de atender sus problemas de salud y, si no logra dormir, apela a somníferos.

En su investigación bibliográfica, la autora de la tesis indica que el 60% de los docentes mayores de 46 años evaluados en dos EGB de la zona oeste del Gran Buenos Aires presenta fatiga residual, y en otro sondeo que abarcó a 66 maestras jardineras, el 37% padece de insomnio. Más adelante, la investigación revela que a mayor cantidad de años en la docencia, el porcentaje de maestros con fatiga residual es más elevado, llegando al 50% de ellos.
Como parte de su investigación, Bergalli tomó también una encuesta realizada por la Ctera que buscó demostrar en qué condiciones se desarrolla el trabajo de los docentes. El objetivo de aquel sondeo fue tratar de poner de manifiesto que detrás de la docencia existe un proceso de trabajo complejo, junto con el estado edilicio de las escuelas, donde se integran aspectos institucionales, pedagógicos y científicos, y una problemática social que forman parte del mismo y que se constituyen como exigencias y cargas laborales de fuerte impacto negativo para la salud.

En la encuesta de la Ctera se tomaron 336 escuelas de distintas regiones del país, abarcando a 3345 docentes. El resultado dio que están excedidos en el tiempo de trabajo, que tienen un elevado nivel de fatiga y desgaste psíquico junto con un deterioro orgánico. Desglosado, el trabajo indicó lo siguiente:

El 25% de los docentes admite pérdida de memoria.
El 38 por ciento reconoce un estado de angustia.
El 49% presenta nerviosismo.
El 27% padece insomnio.
El 39% confirma dificultad para la concentración.

El presentismo impone un elevado nivel de exigencia por parte de los maestros y profesores, y esto se ve claramente reflejado en las respuestas de los 3345 docentes: el 79,5% de ellos concurre a trabajar enfermo. Entre las mujeres, el 15,4% soporta trastornos ginecológicos; el 24,5% perdió un embarazo; el 14,5% tuvo un parto prematuro. Más del 80% de las maestras y profesoras consultadas reconoce trabajar aun estando enfermas. En las denominadas escuelas de riesgo, el 31% de las docentes tiene trastornos ginecológicos y el 30,9% perdió un embrazo. Los días de licencia por maternidad no son suficientes para el 70% de las maestras, y el 20% no amamantó a sus hijos por causas de horario de trabajo.

–Un informe de la Dirección de Sanidad Escolar de la Nación –resume Bergalli– señala que más de un 20% de los docentes está en período de licencia prolongada o realiza tareas pasivas en las escuelas como consecuencia de las enfermedades laborales. Es un porcentaje alto en relación con otros países y comparado con otras profesiones.
Los modos y las causas
–¿Cómo surgió la idea de investigar el malestar docente?
Bergalli: –Nació desde mi propia experiencia. Yo observaba que en los ámbitos como la sala de los profesores y los pasillos había ciertas cosas que generaban injusticia y mucha bronca. La sala de profesores suele ser un lugar donde se genera gran malestar, donde incluso a los chicos muchas veces se los desprecia. Eso me enfermaba, tenía disfonías, me resfriaba con mucha facilidad, estaba angustiada y decepcionada. Pensaba ¿qué nos pasa? ¿Por qué se llega a este punto? Si uno llega a la docencia, tiene que hacerlo por vocación. Hay quienes dicen que es sólo una profesión, pero tiene que estar basada en el amor al otro.
Comprobé que había mucha discrepancia entre lo que uno pensaba y cómo actuaba en el aula. Desde la injusticia por el salario hasta el maltrato por parte de los mismos compañeros porque, aunque no lo parezca, nuestro ambiente es muy competitivo. El docente ocupa un lugar muy difícil. Debe estar preparado para recibir al chico con sus necesidades y brindarle lo que no le dan la familia y la sociedad. Comencé, entonces, a averiguar por qué el docente a veces se pone violento; por qué, cuando un alumno le dice algo al maestro o al profesor, éste le responde con incoherencias, o directamente no le contesta y genera un modo de violencia que conscientemente no queremos, pero la realidad es que existe, aumenta y daña por partida doble: al otro y a sí.
–Excede al mero fastidio.
–Claro. La comunidad educativa está asistiendo a la paradoja de convivir con los enunciados y las demostraciones de los avances tecnológicos, y al mismo tiempo las familias se desorientan porque sus hijos rinden poco en las escuelas y los docentes están cada vez más enfermos y depreciados en todos los ámbitos. Como madre y docente, sufría esta realidad y sus efectos en mi vida diaria familiar, profesional y social. El malestar docente no es una novedad. Existe y aumenta. Pero ante la ausencia de explicaciones y de respuestas satisfactorias concretas para mi malestar, sumado a la gran descoordinación y desorden general en las bases de la comunidad educativa de la que participo, surgió la idea de elegir el tema malestar docente, que es como lo llaman los psicólogos y los psiquiatras cuando refieren a una serie de síntomas para realizar el trabajo de tesis. Tuve que ser muy sutil para encarar este tema. Investigué en instituciones nacionales, privadas, estatales de todo tipo golpeando puertas y sintiendo en carne propia el malestar por el hecho de no cubrir las expectativas, o de no recibir información. Pero yo siempre insistía. Después, me dediqué a hacer un trabajo de campo.
–¿En qué niveles trabajó?
–En las EGB del Gran Buenos Aires. También tomé investigaciones realizadas en América latina y en Europa, donde hace tiempo se trabaja sobre el malestar docente.
Panza Doliani: –Es importante aclarar que Miriam empezó a investigar con fundamentos científicos. No salió a ver si encontraba algo para su inquietud. Ella decidió iniciar por su propia experiencia. Desde mi lugar, le di los fundamentos científicos, y con ellos salió a trabajar. Hizo una investigación bibliográfica muy amplia para conocer el estado actual de los antecedentes y estableció el inicio de un trabajo de campo cuali y cuantitativo. Pero ella partió desde su propio malestar.
Bergalli: –Con esos fundamentos, empecé a investigar por qué se enferma el cerebro y no la mente.
Panza Doliani: –Los fundamentos que ella tiene no responden a una teoría elaborada por mí. Son fundamentos neurobiológicos demostrados internacionalmente que yo estructuro con mis investigaciones sobre estos trabajos. Por eso el nombre correcto debe ser salud cerebral del docente, no mental. Sobre este punto, debo hacer una aclaración importante: la mente no se enferma; hay que cambiar los rótulos de las enfermedades mentales, hay que cambiar los rótulos de débiles mentales en todos los ambitos de educación y en salud pública. Las funciones –que esto es la mente, la función más excelsa de la persona– no se enferman. Se enferman las estructuras orgánicas de las que emergen naturalmente las funciones.
Sostener la denominación de enfermedad mental es incoherente. Es como decir que se enferma la respiración, el latido, el caminar ignorando los pulmones, el corazón y las piernas. Este comentario pretende alertar sobre la gravedad del tema. No podemos seguir ignorando la existencia del cerebro. Desde él emergen todas las patologías del comportamiento tanto del docente como de cualquier persona sin distinciones de edad, sexo, raza y de cualquier condición socioeconómica y cultural. Por eso adquiere relevancia para los docentes y la comunidad educativa el aporte que hace Miriam.
–¿La imagen del docente se ha deteriorado?
Panza Doliani: –Hay una mirada devaluada por parte de las autoridades, de los padres y de los alumnos hacia la profesión. Esto habrá que cambiarlo, porque de lo contrario vamos a tener un pueblo esclavo.
Bergalli: –Nos enfermamos, nos ponemos agrios, es una profesión quejosa. Es cierto que está el factor económico, pero cuando uno abraza esta profesión sabe desde el vamos que es así. Entonces, hay que tomar recaudos cuando comienza la elección de la profesión. 
Panza Doliani: –La tesis plantea: prevención, asistencia y futuro de la persona docente. Hay que empezar a protegerlos desde el momento en que se inscriben en la carrera para que tengan autoestima y solvencia para no adquirir este tipo de enfermedad. Por eso, los que no están enfermos deben ser protegidos a partir de pautas concretas para que no se enfermen; y aquellos que ya lo están deben ser asistidos precozmente, evitando que profundicen su patología y su evolución inevitable hacia la cronicidad, agravada por la situación actual. La tesis plantea el tema como lo que realmente es: un problema social muy grave, por su impacto en la educación y la salud.
–Pero, ¿dónde se origina?
Bergalli: –No comienza y concluye en el docente. Involucra al hogar, la familia y los amigos y, en la escuela, compromete a los alumnos y a los padres. Por eso, debe instruirse a padres y alumnos sobre este tema que no debe quedar acotado al docente. Podemos discutirlo científicamente con las autoridades que lo soliciten.
–¿Qué causas lo generan?
Panza Doliani: –Exigencias inapropiadas de los sistemas; comportamientos antisociales de la comunidad volcados en la escuela; estructuras edilicias deficientes; exceso de alumnos por docentes; falta adecuada de apoyo extraescolar a los alumnos para que el docente ejerza de forma eficaz su profesión. La imposición de responsabilidades respecto de pautas de educación y contención que no corresponden al docente, sino al hogar, a la familia, al barrio, etcétera, va construyendo el ámbito laboral insalubre que por su redundancia cotidiana impone, de manera evolutiva, modificaciones naturales del cerebro. Y esto es apenas un ligero esbozo. La tesis de Miriam es amplia en detalles con fundamentos.
–Es más de lo imaginable.
–Sí. Y debemos ser concretos. Primero, el docente tiene la obligación indelegable de enseñar y formar. Para eso debe estar sano y tener la capacidad emergente de actualizaciones coherentes. Segundo, el alumno tiene la obligación primaria de estudiar para aprender. Tercero, los padres tienen la obligación primaria de unirse y seguir las orientaciones de los docentes para que esto ocurra. Cuarto, el sistema debe estar estructurado para coordinar todo con estas bases que son naturalmente ineludibles, simplemente porque no se debe seguir ignorando al cerebro, principio y fin de todas las potencialidades humanas que sustentan a la secuencia: atender, entender, estudiar, memoria, que son fundamentos del sentir, conocer, pensar, valorar, decidir, y actuar. El aprendizaje es una función que se expresa como comportamiento. Representa el producto final de todo el proceso iniciado por enseñanzas redundantes brindadas en el hogar, en la escuela y en la sociedad para la construcción neurobiológica natural de la biografía emocional y cognitiva de la persona.
No podemos seguir educando del cuello para abajo. Hay que saber que el cerebro está, que es insustituible y que se modifica continuamente de manera natural, normal o patológica, con cada comunicación interactiva. La evolución continua es la vida misma.
Texto: Jorge Palomar
Fotos: Daniel Pessah
Prevenir es la mejor política
En el Instituto de Prevención de la Drogadependencia de la Universidad del Salvador, de Buenos Aires, se programó un curso para docentes cuyo contenido está dedicado a la salud cerebral de los maestros y profesores. Lo que más preocupa a los especialistas es el aumento desmesurado del consumo de psicofármacos y automedicaciones en docentes. Así lo explica el doctor Panza Doliani (en la foto, junto a Miriam Bergalli): “Estas medicaciones no ejercen su acción sobre la mente o psiquis, sino en estructuras neuronales del cerebro. Lo que el consumidor siente como cambio le está indicando claramente que la modificación que produce el fármaco ya se ha producido. Este comentario es sólo uno de los indicadores por los cuales urge llamar las cosas por su nombre: salud cerebral en reemplazo de salud mental. La mejor política es la prevención. Pero si no se ajustan los términos a la realidad de las demostraciones científicas, continuará una comunicación que confunde a la población y pierde eficacia cualquier programa preventivo para el hogar, la escuela y la sociedad. En tal dirección, durante agosto dictaremos un curso con talleres y guías prácticas de ejecución inmediata sobre otro tema muy grave, como es violencia escolar, en el cual ampliaremos el tema de la salud cerebral del docente. Además, el programa de la Fundación Crecer Sin Violencia se sustenta en estos fundamentos científicos y está destinado a educación para la salud cerebral orientando la coordinación de hogar-escuela-sociedad. Desarrolla actividades en Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, siendo solicitado principalmente por entidades educativas”.